Lo difícil de escribir es empezar, querer juntar las palabras en rima y luego al leerlas por encima darse cuenta que no acaban de encajar. Porque bailan los sonidos sin cesar como en las locas fiestas, cuya cima es perder dignidad y autoestima y llegar borracho antes de empezar. Como harían esos Góngora y Quevedo, creadores de los versos que yo envidio, para poder insultarse sin miedo, para hablar de la muerte y el idilio, para convertir la poesía en credo y encontrar la muerte y no el exilio.
Soneto del aprendiz
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