Tú, que me llamas hermano, tú, que has secado mis lágrimas, tú, que a mi lado has luchado, tú, que conoces mi alma. Ahora clavas un puñal en mis entrañas y cobarde y temeroso ni me miras. Ahora hundes en mi pecho esta daga y me ocultas las verdades con mentiras. Siento pena por ti, hermano mío, y aún espero que tus actos la merezcan, que te valgan esos ratos de pasión y revivas tu conciencia, ahora tan muerta. Tú serás, hoy y siempre, hermano mío, y mi vida sin pensarlo te la daba, espero entender un día esta traición, que de todos, menos de ti, yo me esperaba. Cuando todo estaba oscuro. Y todo era pena y tristeza y desolación. Cuando todo estaba oscuro, allí estuvo tu voz. Tu voz valiente, tu voz fraterna, tu voz que me decía que aguantara. Ahora, cuando todo es luz, ahora te escondes. Huidizo, temeroso y asustado. Ahora no te atreves ni a mirarme. Mírame a los ojos y dime lo que has hecho. Mírame, sé un hombre. Dímelo, cobarde. Siento pena por ti, pobre infeliz. Esclavo de tu carne. Siento pena por ti, conciencia muerta. Tú serás, hoy y siempre, hermano mío, y mi vida sin pensarlo te daría. Sin llevar mi sangre seguirás siéndolo. Habiéndola derramado seguirás siéndolo.
Caín y Abel
Marcar el enlace permanente.
